viernes, 25 de enero de 2013

LOS ESPEJOS DE LA INDIFERENCIA




Con miedo en el cuerpo; sin más pertenencias que un billetito escondido en su ropa interior, su falda y su gastada camisa.
Veintidós años en canal en aquel menudo cuerpo.
Todo lo que su pobre familia había conseguido ahorrar durante varios años era su pasaporte a una mejor vida.
La noche anterior no consiguió dormir; incertidumbre ante lo nuevo, pena por su separación de padres y hermanos, temor a ser descubierta y no lograr su fin.
Las noticias que les llegaban hablaban de bonanza, así podría dar de comer a los suyos.
El día lo pasó visitando a familiares y amigos, despidiéndose sin saber si los volvería a ver, aunque mejor no verlos en muchos años, de lo contrario significaría su derrota, la ruina de su familia y el deshonor por no haber estado a la altura que todos esperaban.
Por la tarde inició su viaje, algunos kilómetros a pie y otros en un pequeño carro.
Al llegar buscó a quién iba a transportarla, le entregó toda la fortuna atesorada con el sudor y sacrificio de tanta gente y le dijeron que había que esperar hasta bien entrada la noche.
Las horas se hicieron eternas, los nervios en aumento, el cansancio y el hambre llamando a su puerta.
No perdía ojo a todo el que venía, compañeros de viaje esperando junto a ella.
De pronto, unas rápidas explicaciones y todos al pequeño barco de sus sueños.
Puso sus pies en él rezando a su Dios, dándole las gracias por poder estar allí y pidiendo porque todo saliera bien.
Muchos eran para tan pequeño bote, unos pegados a otros, mirándose con recelo, si alguno se ponía nervioso, si alguno gritaba y delataba darían cuenta de él…
Comenzaron el viaje en el más profundo silencio, sin moverse para que nadie los viera.
Reinaba la oscuridad más absoluta; cielo y mar eran negros, como sus propias pieles.
Al cansancio terminó por unirse el dolor por estar apretados y no poder moverse.
Las horas pasaban lentamente y no veían más que negrura, parecía que no avanzaban.
Con mucho esfuerzo se hizo de día  y en silencio y con mucha cautela siguieron la marcha; ahora por lo menos veían el sol, el azul del mar y las caras de sus compañeros.
Tras una rápida mirada vio que con ella iban otras dos chicas, más o menos de su edad, los demás eran varones.
Ellos no tuvieron reparos cuando la vejiga empezó a llenarse; ellas se lo pensaron mil veces y cuando ya no hubo manera de aguantar, se comieron la vergüenza y delante de todos tuvieron que evacuar,
Si larga fue la noche, interminable el día, se les cerraban los ojos, pero se vigilaban los unos a los otros y nadie se dormía.
Con el cuerpo entumecido y crujir de tripas vacías dieron a la noche la bienvenida.
Y en el más mortal de los silencios y en la más negra oscuridad tres infames bestias, ante el silencio de los demás, desfloraron su cuerpo, lastimaron sus intimidades y encogieron su corazón sin poder ni siquiera gritar por la amenaza sabida.
Unos ojos voraces y perversos se grabaron a fuego en su memoria y tuvo que cerrar los suyos…
Cuando los volvió a abrir se encontró tumbada en la arena de una playa al resguardo de una escasa vegetación y en compañía de una de las otras chicas.
Ella le contó que habían sufrido la misma deshonra, habían llegado a tierra y habían saltado del bote; arrastrando los pies, desfallecidos, cada uno se marchó como pudo, a ella le ayudaron a bajar entre unos cuantos y tuvieron que esconderla como pudieron ya que no podía ponerse en pie.
Ya no quedaba nadie, solo ellas.
Con todo el esfuerzo del mundo se pusieron en marcha a ninguna parte.
Y a partir de aquí nada fue como se lo pintaron en su aldea, no llegaron al Edén ni a la vida cómoda.
Llegaron al miedo de ser descubiertas, a las carreras para que no las pillaran, a las miradas y las malas palabras de la gente, al dormir a la intemperie, a pasar más hambre, a la injusticia social, a la incomunicación verbal, a la soledad.
Llegaron con muchos sueños y las manos vacías, vinieron para darles una vida mejor a los suyos, a los que dejaron tan lejos y viven engañados creyendo en su éxito.
Y el único premio que han recibido en esta tierra nuestra es la desconfianza, la poca ayuda, las burlas y el desaliento.
Su éxito de cada día es conseguir un cliente que les asquea pero que les permite tener un plato caliente en la mesa después de horas enteras pasando penurias.
En las madrugadas las podéis ver paseando su dolor y tristeza por alguna calle de Madrid.

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